Hace un par de semanas, en una reunión con algunos amigos también diseñadores hablamos del eterno problema de la elección tipográfica. La gente siempre usa las mismas fuentes: Meta, Scala, Helvetica, The sans, Garamond, etc.
Me preguntaron si era por ignorancia o por irse a la segura. Y la verdad es que nunca me lo había pensado, ya que yo no compro tipografía porque uso sólo de mi creación, y si ninguna de las que he hecho me satisface, la invento en seguida. Es mi manera de darle un valor extra a mis diseños.
Lo que pasa, dijo otro, es que el proceso de elección no existe, sino que se elige por eliminación. La «g» de cierta tipografía no me gusta, la «o» traga mucho aire, etc. En fin, de las pocas tipografías que quedan, elegimos una. Y siempre las finalistas son las mismas.
La acotación no podía ser más acertada y es un tema de discusión entre los diseñadores de tipos la decisión de cuanta personalidad tiene «mi tipografía». Cuanto de funcional y cuánto de ornamental tienen las tipografías.
La conversación se empezó a poner interesante y empezamos a sacar rápidamente conclusiones.
Las tipografías poseen una estructura mínima, esta estructura rige sus proporciones, pero no toca la forma final. Es como nuestro cuerpo, tiene un alto y una serie de proporciones que no las podemos cambiar. Sobre este cuerpo desnudo e invisible, la tipografía empieza a vestirse con la forma, tomando cuerpo y proporciones formales, contrastes, tipos de curvas, tipos de texturas de contorno, etc.
Anteriormente, en el post del juego de la fiesta de disfraces lo habíamos revisado.
Es en este momento cuando le podemos dar la capacidad a la tipografía, de que se convierta en informativa o de llamados (texto o display). Que su estructura base sea racional o expresiva.
En el ejemplo podemos apreciar 3 vestimentas para una misma estructura. Y aunque pueda parecer imposible pensar que las 3 formas puedan tener algo en común, una vez que vemos la estructura y podemos identificar cierta estandarización del contenido de la letra, podemos imaginar tantas vestimentas se nos vengan a la cabeza. (clic sobre las imágenes para ver detalles).
Sin embargo, muchos tipógrafos deciden alterar pequeños rasgos en el diseño de sus estructuras con el fin de lograr los propósitos de forma o de estilo que creen correspondiente. Pero si hay tipógrafos que son capaces de vestir de manera hermosa una estructura clásica y conservadora, también hay diseñadores que suelen darle expresividad a la estructura invisible de la letra, sin alterar las proporciones conservadoras, logrando curiosos resultados, con los más diversos niveles de aprobación. Y es que los tipógrafos cuando empiezan a jugar con estructuras poco convencionales, saben que en parte, están hipotecando la buena legibilidad de la letra (tip 1). Es decir, por un lado sienten esa incontenible pasión por hacer algo nuevo, pero a la vez con el convencimiento de que la línea de la tolerancia puede ser traspasada. Y muchas veces, es ese traspaso el que determina de alguna manera el éxito de la fuente.
En el ejemplo podemos apreciar como la estructura a veces es distorsionada con el fin de lograr propósitos expresivos.
Así como algunos tipógrafos son capaces de diseñar formas vistiendo las estructuras con bellas soluciones, existen otros que pretender ir un paso más allá, y son capaces de darle un valor agregado a las formas (que puede ser despreciado o admirado), otorgándole un sobrediseño a dichas soluciones.
El profesor Rodrigo Ramírez, bautizó ese sobrediseño de detalles como «pilines», dando a entender que eran «cositas» que no beneficiaban en nada la funcionalidad de la letra, y que no siempre cumplen con el objetivo de embellecimiento.
En fin. Hablar de pilines, no siempre es hablar de desaciertos formales, ni de formas que estorban, ya que muchas veces estos están asociados directamente con el concepto de la letra y la hacen funcionar muy bien.
Para terminar, es bueno mencionar que los tipógrafos más experimentados son capaces de darle una personalidad especial a sus tipografías, porque saben a que letras darle una personalidad especial. Algunos eligen la «g», otros la «s», otros la «f», otros, la «k», la «Q», etc.
Pero ¿por qué los expertos no le dan un carácter especial a las vocales? Simplemente porque saben que las vocales son las letras que más se repiten, y que el gesto que en un momento se reconoce como bello, al verse repetido con tanta frecuencia termina aburriendo.
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